Olga Bejano
nació el 3 de Noviembre de 1.963,en el seno de una familia de profundas raíces
cristianas. Sus padres, Juanma y Mª Carmen, de fe recia y miembros activos del
Movimiento de Cursillos de Cristiandad, transmitieron a sus hijos lo que ellos
tenían por la perla preciosa y el tesoro escondido:
su FE
Olga creció
junto a sus 3 hermanos, ella es la segunda, y tuvo una infancia feliz. A los 12
años fue operada de una apendicitis; una sencilla operación de la que tardó 8
horas en despertar de la anestesia. Ese fue el comienzo de una grave y
desconocida enfermedad. El primer síntoma fue un cambio en su voz y siguió una
dificultad para tragar y deglutir los alimentos. El cuello, los brazos y las
piernas fueron poco a poco debilitándose. Comenzó un largo peregrinaje por
médicos y hospitales, pero la enfermedad parecía no tener un diagnóstico y por
lo tanto tampoco había un tratamiento y sin tratamiento tampoco era posible la
curación.
A pesar de
todo intentó llevar una vida lo más normal posible. Continuó con sus estudios
de arte y decoración, especializándose en fotografía obteniendo el título de
fotógrafa profesional. Y entre una cosa y otro estudió también puericultura.
Sus dos pasiones eran el arte y los niños.
La rama de su
vida se truncó definitivamente un domingo, 27 de mayo de 1.987. Tenía 23 años.
Ese día sufrió una parada de glotis que le impidió respirar, lo que le ocasionó
varias paradas cardiorrespiratorias y entró en un coma profundo. Pasó cinco
días entre la vida y la muerte. Milagrosamente Olga salió del coma y su mente
no sólo no presentó lesiones graves debido a la falta de oxígeno, sino que es
ahora, si cabe, más ágil que antes.
Olga cuenta
que en esos días que pasó en coma tuvo una experiencia cercana a la muerte,
comúnmente llamada “experiencia del túnel”. Esta experiencia dio a su vida un
giro de ciento ochenta grados; su vida sufrió una transformación espiritual y
religiosa impresionante. A pesar del gran sufrimiento físico y psicológico que
desde entonces ha ido creciendo, fue descubriendo y acercándose a un Dios amor.
Desde hace más
de veinte años está paralizada de la cabeza a los pies, no puede hablar,
tampoco escribir con letra legible. Se comunica con unos garabatos que logra
con un leve movimiento de su mano derecha que consigue gracias a pequeños
impulsos que hace con su pierna izquierda. Así traza unos signos ilegibles que
sólo entiende la enfermera que está a su lado. Lleva traqueotomía y respira
artificialmente con ayuda permanente de una máquina. Se alimenta por medio de
una sonda y su visión se reduce a unos segundos cuando alguien le levanta el
párpado derecho. Por sí misma sólo puede oír, pensar y sentir. Por si fuera
poco a este sufrimiento tuvo que sumar la muerte repentina e inesperada de su
padre tras una parada cardiorrespiratoria que sufrió precisamente el día que
Olga cumplía 40 años. Así uno de los pilares en los que se sustentaba su vida
se fue a la casa del Padre y perdió además de a un padre, a un amigo, cómplice,
enfermero y confidente.
Quien piense
que una vida así no puede tener sentido comete un gravísimo error. Olga tiene una
vida mucho más plena y con mucho más sentido que la de muchos que podemos
andar, oír, ver, respirar y comer. Desde su silla de ruedas es capaz de
movilizar a medio mundo.
En 21 años ha
escrito tres libros. “Voz de papel”, “Alma color salmón” y “Los garabatos de
Dios”. Sólo Dios sabe a cuantos de sus lectores ha llenado de esperanza y
ha ayudado a vivir. A su habitación llegan gentes de todo el mundo, atraídos
por su ejemplo de vida; muchos le piden consejo, consuelo, ayuda, oraciones….
Ha recibido un
sin fin de galardones: Riojana del año; Medalla de Oro de La Rioja por su
trabajo y esfuerzo. Se le concedió la medalla de la Virgen de la Esperanza,
patrona de Logroño y fue nombrada socia honorífica de dicha cofradía.
Olga es
todavía una mujer joven, inteligente, testaruda, muy dinámica, totalmente
puesta al día, con una gran fe y que consigue lo que se propone.
Desde el
confinamiento de su habitación es una luchadora nata por la justicia y por
conseguir que enfermos que, como ella, dependen físicamente de otras personas,
tengan la atención debida para llevar una vida digna. Para ello no ha dudado en
hablar con quien haga falta: políticos, medios de comunicación, médicos de casi
todas las especialidades. Ante nadie se ha quedado callada, desde su silencio
ha reivindicado todo aquello que considera justo.
Olga no
intenta convencer a nadie, sólo da testimonio de vida, pero sin pretenderlo
contagia su fe. Junto a ella Carmen, su madre, es otro ejemplo de cómo se puede
vivir con alegría y entereza en medio del sufrimiento.
Los que hemos
tenido la inmensa fortuna de haber podido visitarla en alguna ocasión, no hemos
encontrado un cuadro de dolor y tristeza; todo lo contrario ha sido como
zambullirnos en un baño de esperanza, alegría, fortaleza, generosidad y amor,
mucho amor.
Por eso Olga
Bejano es un canto a la vida
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